06 julio 2017



Torca de la Yusa

Josean, Marcos, Manu y Carolo




Mientras el país se cuece al sol, el Porracolina amanece bajo un cielo completamente azul, limpio, y con una refrescante brisa que hace muy llevadero el anticipado estío. A eso de las 10 h y minutos comenzamos la breve ascensión hacia la gran boca de la torca de la Yusa, visible desde los coches. Seguimos a ratos las huellas del ganado y trepamos un rescaño hasta alcanzar los empinados prados situados bajo aquélla. La marcha es corta aunque algo “pindia”, como es la norma en aquellos predios.






Llegados a la llamativa entrada, nos repartimos por su contorno inferior a la búsqueda de algún acceso diferente al de las vías clásicas, con idea del alcanzar alguna eventual vía lateral inexplorada. El caso es que no terminamos de verlo claro y, al final, decidimos bajar por uno de los accesos originales del GES-CMB de 1965. Pensamos que las potentes luces actuales nos permitirán discernir la presencia de vías laterales y, a la postre, buscar los lugares ad-hoc para acceder hasta ellas desde arriba.

Inicia Manu el descenso y equipa un primer pasaje encañonado, cuyo piso de hierba seca amarillenta oculta no pocas piedras traicioneras que, al menor movimiento, se pueden precipitar hacia la vertical. Después de varios largos y un tramo aéreo, agota prácticamente la cuerda en una cornisa situada a unos 60 metros de profundidad. Me reúno con él, y le tomo el relevo.

Siguiendo el ejemplo de lo que vi en noviembre en la torca del Porrón, cuya lógica me parece incontestable, opto por ir fraccionando cada pocos metros, con el propósito de agilizar las maniobras de ascenso y descenso. Para ello debo traccionarme hacia la pared constantemente, para contrarrestar la tendencia natural del extraplomo a enviar la cuerda hacia una trayectoria completamente aérea. Por cierto que el espectáculo es imponente, ya que la base del gran pozo está cubierta de la misma paja amarillenta que encontrábamos más arriba, lo que la hace perfectamente visible desde mi posición, un centenar de metros por encima, gracias a la luz natural que penetra hasta el fondo.







Cuando alcanzo el nudo final de mi cuerda, clavo un último parabolt y dejo colgado el material de instalación. Subo hasta la cornisa y cedo el testigo a Marcos. Él equipa aún varios largos hasta agotar los anclajes. Antes de iniciar el ascenso comprueba que la punta de la cuerda, de 85 metros, llega a tocar el fondo… pero habrá que traer más cuerda en razón de la que se consumirá en los últimos fraccionamientos.

Una vez los cuatro arriba, recogemos la impedimenta, nos auto-retratamos junto a la pintada histórica y, bajo un sol inmisericorde, emprendemos el retorno hacia los coches. Marcos se despide y los demás tardamos un momento en ponernos en camino hacia la civilización.





En el bar-restaurante del camping coincidimos con varios compañeros espeleólogos; con ellos damos un repaso ameno a todos los lugares comunes, anécdotas y chascarrillos de costumbre, antes de pasar a la acción y llenar las andorgas con suculentas raciones y cervezas varias.

Y así, pasadas las 21 h, concluye una agradable jornada de espéleo-diversión, que esperamos repetir sin tardar demasiado.

Carolo



                                




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