26 julio 2022

 

Recuerdos deformes

 

Durante la primavera, en diversas conversaciones que mantuvimos, Manu y yo esbozamos la idea de llevar a su sobrina Estela, a mi nieta Iris y a algún otro niño -si podíamos cuadrarlo- a visitar una cueva en algún momento del verano. A primeros de julio estuvimos mirando fechas para hacer compatible la salida con la niña de Encarna y  el niño de César. Hablamos de la Cueva del Molino de Bustablado y de la Cueva Cañuela como posibles candidatas para realizar la actividad.

 

Finalmente quedamos el sábado 23 de julio para ir a la Cañuela. Ni César, ni Encarna iban a poder pero algo había que hacer aunque no todo salga como nosotros queremos. El grupo iba a consistir en Eduardo (hermano de Manu) y su hija Estela, mi hijo Eduardo y su hija Iris, Manu, yo y Roberto (un nuevo miembro del CCES). Nos reunimos en Solares a las nueve y media y estuvimos revisando los arneses y los cabos de anclaje de todos los integrantes del grupo. El día estaba radiante. Aparcamos cerca de la Cueva del Molino y fuimos hasta el comienzo de la senda por la carretera de Bustablado. A nuestra izquierda quedó la fuente de Mojaculos. Nunca había reparado en ella a pesar de la cantidad de veces que he recorrido la carretera. Tal vez recuerdos borrados.  

 

 


 

 

La senda que lleva a la Cañuela pasa primero por una cabaña, luego, subiendo ligeramente, atraviesa un prado hacia el este y en el límite entre prado y bosque salta el murete separador y serpentea por el bosque entre lapiaz. Mis recuerdos eran vagos pero se ajustaban a la realidad. Finalmente toma la canal que baja de la boca de la cueva, donde la hierba crece larga y frondosa por el aire fresco y húmedo que se precipita desde la boca. En esta última rampa suele haber barro muy deslizante pero esta vez nos encontramos con la tierra seca y fácil de transitar. La sequía de este verano se notaba en todas partes y aquí también.

 

Justo en el porche de la cueva, donde aún crecen los helechos y el musgo, acabamos los preparativos de ropa y arneses para cruzar el pasamanos. En la gran galería, que suavemente gira hacia la derecha, la luz se iba perdiendo y tamizando y los ruidos reverberaban a lo largo de casi trescientos metros creando un ambiente reverencial como en una catedral. Manu nos ofreció una explicación básica de como recorrer el pasamanos con seguridad. 

 

En mis recuerdos la Cueva Cañuela aparecía como un fácil recorrido, casi todo el tiempo andando, con galerías muy claras y delimitadas. Sólo el pasamanos cercano a la entrada presentaba alguna dificultad. Y en los recuerdos de Manu la apariencia era más o menos la misma. Eso nos había dado, y nos daba, confianza en que la elección de la Cañuela (para niñas) era correcta. Iris y Estela se movían muy bien en todos los pasos, incluido el pasamanos.

 

Después de rebasar un poco el Pozo del Arca, ya entrando en el Cañón Oeste, un gran boque oculta (y marca) el comienzo de la galería que permite ir "andando" hasta la Sala de la Encrucijada. Mis recuerdos hasta ese bloque eran muy precisos. Y la continuación recordada (la galería gira suavemente de este a sur y permanece en ese rumbo) también me parecía precisa. Pero aquí comenzaron mis recordados recuerdos a diferir de lo que veían mis ojos. Resaltes, destrepes y trepadas que no esperaba se agolparon para crear la duda. Ensanches o zonas que podían ser llamadas "salas" rompían la línea recta norte-sur que la memoria dibujaba en mi mente. En un momento dado el paisaje dejó de cuadrarme. Mi primera teoría, que no comente con nadie en ese momento, fue que al ir con las niñas la evaluación de distancias/tiempos y dificultades se me había "deformado". Sin embargo no era de recibo que antes reconociese todo y un poco después me pareciese todo desconocido. De común acuerdo Manu y yo paramos para evaluar la situación. Mientras él volvía atrás para verificar que no nos habíamos desviado de la ruta yo saqué brújula y topo, eché un vistazo, comprobé lo acertado de la dirección norte-sur y avance hacia el sur para reconocer el terreno mientras el grupo descansaba. Y, ajá, enseguida llegué a la característica gatera que desemboca en la Sala de la Encrucijada.




Todo esto me hizo recordar el capítulo sobre la memoria del libro "Proust y la Neurociencia" de Jonah Lehrer. En él se explica, de una forma bastante amena, algo sobre los mecanismo de la memoria y los recuerdos. En resumidas cuentas lo que viene a decir es que cuando convocamos un recuerdo lo reconstruimos con una mezcla de los elementos vividos (recordados) y de otros creados en el momento en que el recuerdo es convocado. Así cada vez que convocamos un recuerdo añadimos elementos nuevos y eliminamos elementos recordados (en mayor o menor cantidad) dando lugar a un proceso de modificación o deformación del recuerdo que aumenta con el número de veces que lo convoquemos. En algunos casos es tan fuerte el recorte de elementos que hablamos de memoria selectiva. Así pues yo tenía una memoria muy selectiva en este caso.

Para mí, y para Manu, lo peor fue darnos cuenta de que nuestro recuerdo de la continuación por la Sala de la  Encrucijada, bajo el acceso a Los Bulevares, en dirección a la Galería de las Sierras era todavía más selectivo. Había una trepada desde la gatera hasta el acceso a los Bulevares en la que nunca habíamos reparado ya que siempre pasábamos con adultos más o menos hábiles y responsables. Pero cuando nos fijamos bien esta vez caímos en la cuenta de que pasar por allí con las niñas sin asegurarlas (íbamos sin cuerdas) no era una opción posible. El recuerdo de "fácil", diríamos más bien el no recuerdo, estaba basado en una una premisa que ahora no se cumplía. Decidimos sabiamente desistir en nuestro avance y volvernos para visitar el Cañón Oeste.

 

El camino por el CW era muy cómodo salvo algunas zonas con bloques. Nos detuvimos ante un pequeño lago. Hubiéramos tenido que mojarnos los pies para pasar más allá. Hicimos una sesión fotográfica junto al lago.  Volviendo atrás, junto a unas coladas y gours blancos, hicimos otra sesión. La tercera fue ante una colada cercana al Pozo del Arca. Finalmente la última sesión fue en el pasamanos. Fotografié desde atrás y desde delante el pasamanos pero pensé que, realmente, esas perspectivas no le hacían justicia al sitio.

 

A la salida sentimos el aire como un horno bochornoso, sobre todo al abandonar el río de aire frío que cae desde la cueva. Al salir del bosque tropezamos con un ternero recién nacido que aún no se tenía de pie. La madre tenia el cordón umbilical colgando aún. La vida en crudo y en directo.

 

De vuelta en los coches teníamos hambre. Roberto nos ofreció su suculento "segundo bocadillo" que había llevado por si acaso nos retrasábamos. Me sorprendió lo previsor que estaba siendo. De cualquier forma y de común acuerdo nos fuimos a Bustablado a tomar unas cervezas sentados a la sombra (que nadie se alarme: las niñas tomaron refrescos...) Realmente nos había cansado esta "corta y cómoda" salida de espeleo para niñas. Pero el placer de tomar unas bebidas juntos borraba todo lo demás. Probablemente se estaba iniciando el proceso de memoria selectiva... 

        



 

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