Ensayos
Por Antonio G. C.
Una semana antes del diecisiete quede con Sergio y Miguel para ir a balizar una zona de la cueva del Gándara. Supuse que Adrián también vendría. El viernes por la tarde intenté localizar algún comercio que tuviese hilo adecuado y varilla de plástico de 1.5 o 2 mm. La varilla que necesitaba no apareció en Resopal aunque me dieron esperanzas de conseguirla en cierto sitio del Polígono de Guarnizo. Sin embargo averigüé que en Bilbao existe el sitio adecuado. La cuestión es que alguien se encargue del ir allí. Con el hilo tuve mala suerte al principio: Las cordelerías de la calle Carlos III han cerrado y en la Ferreteria Montañesa el hilo trenzado más “fino” era demasiado gordo y, sobre todo, demasiado caro. Me fui para Godofredo pensando que la oferta sería casi nula. Para mi sorpresa tenían varios tipos de hilo trenzado ideales para el balizaje. Con grosores desde 0.1 a 0.5 mm, resistencias de hasta 50 kg (Spectra), colores perfectos (amarillo saca, rojo, naranja, verde de varios tipos…) y reducido volumen (un km de hilo en el bolsillo) El único problema era el precio. Balizar un km de galería con esos tipos de hilo saldría por más de 300€ (varillas y dos lados del sendero). De cualquier manera esos materiales eran una buena referencia. Pero lo que estaba claro era que al día siguiente no íbamos a balizar.
Ese viernes por la noche no estaba de buen humor cuando llegué al local del club. Para ser preciso estaba de un humor de perros. Mi mala hostia ascendió varios grados cuando me enteré de que Sergio se iba a explorar a Udías y que Adrián ni siquiera se había enterado de la propuesta de ir a la Cueva del Gándara. Escuetamente tomé el material que me iba a hacer falta: el taladroUneo, chapas de acero inoxidable y parabolts del mismo material. Cuando ya me iba Sergio me dijo que había cambiado de opción y que se venía. Quedamos a las siete y media. Poco después un mensaje me confirmo que también venían Adrián y Fonso. Les avisé de la necesidad de llevar escarpines de neopreno y ropa de abrigo limpia. Nuestro proyecto consistía en ordenar el tránsito por la zona escogida y ensayar las maniobras de cambio de indumentaria con vistas a su práctica habitual y a su difusión entre el colectivo espeleológico.
Con un poco de retraso partimos para Ramales y nos reunimos con Miguel. Mientras conducía por Soba, la Mala Rodriguez nos incendiaba las neuronas con su rap. A las nueve entrábamos en la cueva. Dos horas después hicimos una parada de dos minutos. En unas angosturas cercanas la llama de carburo de algún inconsciente había garabateado sinsentidos rupestres. Me costo controlar el rosario de sapos que salió por mi boca.
Lo primero fue montar una cuerda fija ascendente para evitar una serie de coladas intercaladas por barrizales. Luego monté un pasamanos sobre el fondo embarrado de un meandro para evitar el transporte del barro a zonas delicadas. Todo esto me llevo poco tiempo. Mis compañeros, mientras tanto, empezaron a quejarse del frío. Sin embargo el frío es sano. Ayuda a curar jamones y conserva los alimentos. Aunque no pretendo que nadie se hiele.
Una zona con coladas y formaciones necesita de un cuidado especial. Nosotros estábamos probando la efectividad de la teoría: quitarse el mono exterior y las botas, calzarse escarpines de neopreno limpios y guantes limpios y con esta indumentaria transitar con calma, con movimientos calculados y premeditados. La cosa fue bastante bien. No dejamos ninguna marca nueva y fuimos capaces de quitar algunas manchas previas con la propia suela del escarpín actuando como trapo absorbente.
Antes de pasar a ver una segunda zona de formaciones tuvimos que ponernos la ropa de batalla de nuevo. Comimos y volvimos a ponernos limpios. La paciencia es la principal virtud del buen espeleólogo. El tesón y la intuición son la segunda y la tercera virtudes. O quizás la intuición sea la segunda.
No nos entretuvimos demasiado en este segundo ensayo de practicar una espeleología responsable. Pronto comenzamos la vuelta hacia el exterior. Tanto Adrián como Fonso y Sergio quedaron muy satisfechos de los objetivos alcanzados. Y como añadidura Miguel disfruto experimentando con las fotos. La progresión hacia la salida estuvo salpicada de anécdotas memorables y de paradas de dos minutos. Lo más divertido fue el encuentro que tuvimos cerca del Delator con un auténtico rebaño de niños de menos de diez años conducidos por sus respectivos padres. Muchos niños y muy pequeños. Un auténtico dolor de cabeza para pasar por las cuerdas con seguridad…
Cuando llegamos al coche eran las ocho. Bajamos dulcemente hacia Ramales escuchando a Pat Metheny. Allí nos separamos. Yo continué conduciendo para llegar a una cena familiar. Y el resto del grupo se tomo unas cervezas a la salud del instante presente. Mientras tanto llovían gotas de agua desde un cielo oscuro.
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